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Cien años del servicio de parques urbanos de Barcelona

Hacia 1900, Barcelona apenas disponía de espacios verdes. Extraordinariamente densificada la ciudad antigua, habían ido desapareciendo los espacios libres de los que había disfrutado la ciudad unos siglos atrás, devorados por el crecimiento urbano. Mientras, en el Eixample, las generosas previsiones de espacios destinados a jardines y parques contempladas en el proyecto de Ildefons Cerdà sufrían idéntico destino que en la ciudad antigua.

Realmente, Barcelona sólo disponía de un espacio de dimensiones de cierta envergadura, el parque de la Ciutadella, producto, por otra parte, de una anomalía histórica y urbanística. Cedida la antigua fortificación por los militares a la ciudad durante el Sexenio Revolucionario para que se destinara a parque público, su creación no se había previsto en ningún plan urbanístico, tampoco en el de Cerdà. El parque de la Ciutadella era, entonces, el parque de Barcelona, como popularmente se le conocía.

Barcelona se viste de capital
Las labores de mantenimiento del parque y del arbolado de las calles estaba a cargo de un servicio municipal llamado de Arbolado y Jardines, cuyo director fue, hasta su fallecimiento en 1916, Jaume Coll Ros. Era un servicio de no mucha entidad para una ciudad en la que el verde urbano representaba apenas 0,5 m2 por habitante.

Pero estaban cambiando algunas cosas. Desde finales del siglo XIX, Barcelona se había ido anexionado buena parte de los municipios del llano, y el resto los incorporará en años sucesivos. Este crecimiento de la urbe precisaba de la introducción de algún orden en su crecimiento, es decir, planificación urbana. A lo que se sumaban diversos factores de orden político, en especial el empeño del emergente catalanismo conservador, representado por la Lliga, de dotar a Barcelona de elementos de capitalidad.

En 1903 el Ayuntamiento de Barcelona convocó un concurso internacional para la elaboración del Plan de Reforma y Enlaces de los pueblos agregados, del que resultó ganador el proyecto presentado por el urbanista francés León Jaussely. En el plan, que fue aprobado en 1907 por el consistorio barcelonés, se confería gran importancia a los jardines, avenidas-jardín y sistema de parques, noción esta última que se esbozaba por primera vez en Barcelona, y quizás en España. En la propuesta de Jaussely relativa al sistema de parques para la ciudad se dejaba claramente traslucir la influencia de la experiencia norteamericana.

El plan no prosperó, al parecer por el enorme coste que representaba y seguramente también por la oposición de los propietarios del suelo que estaban construyendo el Eixample diseñado por Cerdà, al que el plan de Jaussely introducía radicales modificaciones. El Plan de Enlaces fue archivado en las dependencias municipales a la espera de una coyuntura más favorable para su aplicación.

Eso sucedió una década más tarde. En el contexto de la gran guerra europea, España -y de forma especial Cataluña- vio premiado su papel neutral con un notable auge económico, lo que permitió formar algunos proyectos ambiciosos, de los que aquí nos interesan dos.

Plan Romeu-Porcel
El primero fue la reformulación de la propuesta de Jaussely, a iniciativa de la Lliga, por parte de una comisión municipal formada por los arquitectos Vega, Busquets, Bofill y Lasarte, este último ingeniero. El nuevo plan, conocido como plan Romeu-Porcel por quienes fueron sus redactores, fue aprobado en octubre de 1917.

En el acuerdo municipal de aprobación se señalaba como uno de sus aspectos más relevantes: “Segunda, aprobar el emplazamiento de los espacios libres destinados a parques y jardines, pero subordinando su extensión y forma a las necesidades del momento de su implantación, formulando el correspondiente proyecto parcial para cada uno de estos espacios libres”, y concluía con una toma en consideración de la propuesta del concejal Burrull, de que “en el término de un año, a contar desde la aprobación definitiva del plano de enlaces, que se expuso a información pública, se proceda al replanteo de todos los espacios libres destinados a plazas, parques o jardines, dando cuenta en el mismo término, a quien corresponda, del plano que se levante”.

Exposición internacional sobre la industria eléctrica
El segundo proyecto consistió en la propuesta de celebración en Barcelona de una exposición relacionada con la electricidad. La idea partió del concejal del partido radical Joan Pich y Pon, que la formuló en 1913, a la que se sumó la Lliga, que destacó a su principal dirigente, Francesc Cambó, como uno de los comisarios de la misma.

Cambó cambió la modesta idea inicial por un proyecto muy ambicioso de alcance mundial que a la postre se conocería con el nombre de Exposición Internacional de Industrias Eléctricas y General Española. La idea de Cambó era aprovechar la exposición para impulsar profundas transformaciones en la ciudad, cuyo urbanismo consideraba abandonado desde hacia un cuarto de siglo, y dotar de elementos de capitalidad a la muy industrial Barcelona.

Para ello revistió importancia el marco escogido para su desarrollo, la montaña de Montjuïc, que debía convertirse en un gran parque urbano. Al mismo tiempo, pensaba en la construcción en diversos puntos de la ciudad de otros parques de concepción y estilos variados. Para ello recurrió a Jean Claude Nicolas Forestier, conservador de los parques parisinos, un ingeniero de eaux et forêts  que ya tenía un amplio reconocimiento en el campo del urbanismo.

Forestier presentó su primer informe en 1915 en el que esbozaba los trabajos a realizar. Como ayudante, inicialmente sin sueldo, contó con la colaboración del recién titulado arquitecto Nicolau Maria Rubió y Tudurí, hijo del director técnico de la Exposición, el ingeniero militar en situación de supernumerario Mariano Rubió.

Tanto el papel del sistema de parques en la nueva versión del Plan de Enlaces, como la importancia de la jardinería en relación con la Exposición de Industrias Eléctricas hacía necesaria una modernización del servicio de Arbolado y Jardines municipal. Además, desde el fallecimiento de Jaume Coll en 1916 este servicio tenía una dirección interina en la persona de Antonio de Falguera, jefe de la Sección de edificios y ornatos de Urbanización y Obras, y era preciso cubrir la plaza de forma permanente.

El Ayuntamiento, a través de la poderosa Comisión de Fomento, decidió, el 19 de abril de 1917, convocar un concurso para cubrir la plaza de director de Arbolado y Jardines. En las bases del concurso se considera un mérito tener algún titulo relacionado con el contenido de la plaza opositada y se consideraba incompatible con tener alguna clase de intereses económicos en el sector.

Las “cinturas” de Rubió i Tudurí
El 6 de diciembre de 1917 el Ayuntamiento da el visto bueno al fallo del tribunal evaluador de la oposición, favorable a Nicolau M. Rubió. En el resultado intervino, de forma quizás decisiva, Forestier, que intercedió por escrito ante la Comisión de Fomento a favor de su hasta entonces ayudante y, a partir de principios de 1918, nuevo director de Arbolado y Jardines de la ciudad.

Al siguiente año, por acuerdo del consistorio de 14 de mayo de 1919, pasa a llamarse Dirección de Parques públicos y Arbolado “por razón del interés creciente de los servicios que tiene a su cargo la Dirección de Arbolado y Jardines por las recientes y futuras adquisiciones de terrenos para Parques”. En efecto, durante este periodo se sigue una política decidida, aunque limitada por las disponibilidades presupuestarias, de adquisición de terrenos con destino a parques, en el marco global de su integración en el desarrollo urbano de la ciudad.

¿En qué consistía este marco global, este sistema de parques urbanos para Barcelona? Rubió la describió con detalle en la extensa memoria que presentó como mérito a la Comisión de Fomento con motivo de la oposición antes referida. Titulada Estudio de los problemas municipales de paseos, jardines y parques públicos, la memoria fue elaborada bajo la directa tutela de Forestier, de lo que existe constancia documental.

No solo define el contenido del sistema de parques de la ciudad, sino que también elabora un modelo de distribución socialmente equitativo del verde urbano y una metodología apropiada para todo ello. Además, esboza las líneas maestras del modelo de organización del servicio municipal y de los viveros de plantas. Igualmente, plantea la necesidad de la creación de una escuela de formación de jardineros, según el modelo parisino impulsado por Forestier. Esta escuela no se creará hasta 1933, de la que Rubió fue su primer director y todavía existe en la actualidad.

Para Rubió el sistema de parques para la Barcelona de 1917 debía quedar constituido por un conjunto de lo que denomina “cinturas”, es decir, perímetros, con la siguiente composición, en su versión inicial: Primera cintura: Ciutadella, Glòries Catalanes ampliadas, Park Güell, Putxet, Turó (propiedad Gil), Turó Park, Hospital Clínic, Parques de Montjuïc; Segunda cintura: Besòs, Ciudad Jardín (propiedad Sivatte), Laberint, Vista Rica, Tibidabo, Budallera, Pedralbes, Llobregat; Tercera cintura: Reservas más allá del Vallès.

No sólo elaboró la lista. En 1917 trazó a mano alzada un croquis titulado Esquema del sistema de parques de Barcelona, en 1920 realizó un mapa detallado de Barcelona del referido sistema, con indicación del estado de la propiedad de los parques. Y en 1926 trazó un nuevo esquema del sistema, en círculos concéntricos, que es el más conocido.

Este fue, en grandes líneas, el programa de la jardinería barcelonesa hasta 1937, en que Rubió partió al exilio, aparentemente voluntario y quizás con finalidades políticas que la familia siempre ha desmentido. Regresó en 1945 y no volvió a ocupar ningún cargo en la administración, dedicándose a la actividad profesional privada.

La etapa negra de Porcioles
Cuando Rubió accedió a la Dirección de Parques Públicos la ratio de verde por habitante no llegaba a 1 m2. Cuando lo dejó se situaba cerca de los 2,5 m2, en lo que ciertamente tuvieron un peso decisivo los parques de la montaña de Montjuïc, pero también los otros parques del interior de la ciudad y los de la parte baja de la sierra de Collserola.

En 1940 se hizo cargo de la Dirección de Parques el arquitecto Luis Riudor, relacionado con el servicio desde 1930. Hay buenas razones para pensar que Riudor intentó dar continuidad al programa de Rubió, pero la situación de la ciudad en la postguerra presentaba enormes dificultades para abordar la tarea. Desde luego Riudor conocía bien la memoria escrita en 1917 por Rubió, que conservó en su biblioteca particular hasta su fallecimiento en 1989.

En 1957 fue nombrado alcalde de Barcelona José María de Porcioles, cargo en el que se mantuvo hasta 1973. Porciolismo es el neologismo que suele utilizarse para caracterizar lo que quizás sea la etapa más negra del urbanismo barcelonés del siglo XX, prácticamente sinónimo de especulación descontrolada.

Hay razones para pensar que las relaciones entre el nuevo alcalde y Riudor no fueron buenas, en relación -no sé si de manera exclusiva- a la forma de entender el papel de los espacios verdes en la ciudad y de su gestión por parte de Porcioles. Seguramente fueron estas tensiones las que le condujeron a dejar la dirección de Parques a finales de 1967, aunque también se ha sugerido que pudo ser cesado a causa de su oposición a la manera como el Ayuntamiento había adjudicado a una empresa privada la construcción de un parque de la ciudad.

Hay que tener en cuenta que el servicio de Parques había sido profundamente remodelado a raíz del nombramiento como alcalde de Porcioles. De hecho, una de sus medidas iniciales afectó directa y profundamente a los parques. En efecto, el 30 de agosto de 1957 el Ayuntamiento acordó constituir el Servicio Municipal de Parques y Jardines como órgano especial, con un Consejo de Administración al frente, encargado de “asumir por gestión directa […] los servicios de parques urbanos y forestales, zonas y espacios verdes, jardinería, arbolado, viveros de plantas y escuela de capacitación jardinera”.

La Barcelona de ferias y congresos del ideario urbano porciolista precisaba, entre otras cosas, de un organismo estetizante de la ciudad que, además, de alguna manera garantizara suelo de reserva -las zonas verdes previstas en la planificación urbanística- para el desbocado y especulativo desarrollo urbano del periodo.

A mediados de 1968 se hizo cargo del nuevo Servicio de Parques barcelonés otro arquitecto, Joaquin M. Casamor, que desde 1955 estaba vinculado al servicio. Una de sus primeras medidas consistió en segregar de la dirección la parte administrativa, introduciendo la figura del gerente, bicefalia que se mantuvo hasta la década de 1980. Quizás la experiencia de su antecesor con los conflictos especulativos le llevó a adoptar esta medida que, de alguna manera, le garantizó su permanencia en el Servicio de Parques hasta su jubilación en 1986.

En un libro en el que Luis Riudor consta como colaborador destacado -la Guia dels espais verds de Barcelona. Aproximació històrica, de 1984– se enjuicia de manera muy crítica este periodo. Parques y Jardines, se señala, ha orientado su labor hacia la mera conservación de los espacios existentes y a la creación de nuevos de poca extensión, mientras que el tipo de tratamiento que se hacía de los mismos conducía a la reducción del espacio utilizable, todo ello con “dubtós resultat”.

Algunas cifras confirman este diagnóstico. Si cuando Rubió dejó la dirección de Parques, en 1937, la ratio de verde urbano era de casi 2,5 m2 por habitante, en 1968 no llegaba a los 2 m2 y en 1980 era aproximadamente la misma que en 1937. Esta evolución se explica por el prácticamente nulo incremento de la superficie de verde entre 1940 y 1960, momento en el que dio comienzo una tendencia al alza, que se intensificó hacia 1970 y se hizo exponencial a partir de 1980, después de la constitución de los ayuntamientos democráticos.

La ciudad asume el verde (con la tentación de privatizarlo)
La nueva situación política que se inicia a partir de 1979 con el acceso socialista a la alcaldía tuvo profundas consecuencias para el Servicio de Parques. Hasta aquel momento las labores de mantenimiento de los parques de la ciudad se hacían a través de un sistema de contratas con empresas externas que, sobre todo en el último periodo, habían dado lugar a corruptelas generalizadas, aunque cabe señalar que la entrada de empresas privadas en la jardinería pública ya se inició durante el periodo de Rubió al frente de la dirección de parques públicos.

El nuevo ayuntamiento decidió cambiar todo esto, y acordó asumir el mantenimiento directo con sus propios recursos, lo que implicó la absorción de buena parte del personal de las empresas que hasta el momento se encargaban del mismo y abrir una amplia oferta pública de empleo, que configuró un nuevo Servicio de Parques, con una plantilla muy numerosa, que permitió al ayuntamiento asumir de forma eficaz el adecentamiento de las zonas verdes, antiguas y nuevas, sobre todo en la periferia, de acuerdo con la política de dignificación de los barrios que caracterizó este periodo.

Pero esta nueva orientación tuvo otras consecuencias. La primera, la pérdida por parte del Servicio de Parques de la capacidad de proyectar los nuevos parques de la ciudad, que fue asumida por parte del servicio de Proyectos Urbanos, dirigido entre 1981 y 1987 por José Acebillo. Esto afectó sobre todo al papel de Casamor, que en gran medida se quedaba sin funciones específicas, mientras que reforzaba la posición del gerente de Parques, Pere Felis, convertido en auténtico hombre fuerte del Servicio.

La otra consecuencia atañe a la presencia de un nuevo agente en la articulación de la política de parques públicos del periodo, constituido por los trabajadores del Servicio, con una plantilla muy numerosa, una presencia creciente de las organizaciones sindicales y una actividad muy importante de los delegados de los trabajadores y el comité de empresa en aquellas cuestiones relacionadas con el verde urbano.

De hecho, si el verde público se gestiona todavía de forma directa, en gran medida, desde la administración municipal se debe a la decidida actitud de los trabajadores que, de forma intermitente, convirtieron la plaza de Sant Jaume en espacio de acampada en defensa de sus reivindicaciones. Como se quejaría uno de los responsables del Servicio unos años después, Parques y Jardines era “un gueto sin domesticar”.

A mediados de la década de 1980 se incorpora un nuevo director al Servicio de Parques. Profesionalmente era el de más bajo perfil desde su creación, carencia que compensaba con una no disimulada capacidad para servir al poder establecido en la plaza de Sant Jaume, es especial al sector de la corte maragalliana, en lo que se mostrará sin duda eficaz. Experto en vender -y comprar- humo, pronto se incorporará a la corriente privatizadora que presidirá la administración municipal a partir de finales de la década de 1980.

En lo que al Servicio de Parques se refiere, ello se puso de manifiesto en la modificación del estatuto del Servicio en 1992 y su constitución en Parcs i Jardins de Barcelona Institut Municipal, lo que apenas disimulaba la voluntad de privatizar la gestión de los parques de la ciudad. Solamente la dura respuesta de los trabajadores del Servicio hizo que el Ayuntamiento echara marcha atrás, aunque la amenaza continuó latente, volviendo a emerger -y de manera nada disimilada- durante el mandato del alcalde Trias (2011-2015), aunque afortunadamente sin resultados tampoco en esta ocasión.

En 1992 se alcanzaron los 5 m2 de verde por habitante, la ratio que Forestier y Rubió consideraban el mínimo aceptable allá por 1917. En 2004 se alcanzaron los 6,6 m2 y en 2016 los 7 m2. Los 10-12 m2 que en las primeras décadas del siglo XX se consideraban como óptimos aún quedan lejos.

ciutadella
Croquis del sistema de parques de Barcelona ideado por Rubió i Tudurí

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