En inglés, una mentira piadosa es, literalmente, un «mentira blanca» (white lie). En el caso de la startup de mensajería Glovo (“Lo que sea en Barcelona”), y a juzgar por la opinión de sus trabajadores (“colaboradores”), las mentiras son negras. Afirma un refrán que a quien mucho miente le huye la gente.
El glover Brian González (Barcelona, 1995) no ha tenido una vida fácil. Su padre murió de hepatitis cuando él tenía 13 años; de su madre no sabe nada (“está no sé dónde”). Ha estado ingresado en cuatro centros de menores. De ahí su deseo de perderse por el mundo, olvidarse de uno mismo para después reencontrarse.
Durante seis años estuvo dando tumbos: en Brasil le atracaron pistola en mano; en Colombia sintió el cariño de los que menos tienen, que son los que más dan; en Inglaterra trabajó en Uber Eats (“Te llevamos la comida de tus restaurantes favoritos”), fregó platos y fue ascendido a camarero…
Se cansó de estar solo.
En diciembre del 2018 volvió. Establecido en Barcelona, encontró empleo en Glovo. Se compró un iphone XR y una scooter. Según Brian, ni en sus vueltas allende los mares había escuchado tantas mentiras negras como en Glovo. Mentiras con fallo judicial.
Mienten una vez: “Yo empecé a trabajar como autónomo, supuestamente. Pero es un engaño, y sus palabras son promesas que no se cumplen. Me prometían muchas horas, pero para hacer las horas que yo quería tenía que hacer las horas que ellos querían, que son los fines de semana por la noche, básicamente, lo que se conoce como alta demanda“.
Mienten dos veces: “Ellos dicen que los que no tienen papeles no pueden trabajar, pero un tanto por cierto muy elevado trabaja en Glovo con cuentas de otros compañeros, una especie de subarriendo. En estos casos, el rider se queda con el 70% de las ganancias y el 30% restante se lo da al propietario de la cuenta”.
Mienten tres veces: “Cuando yo entré en Glovo, eran 1.800 pedidos los que tenías que hacer para tener disponibilidad plena, es decir, para poder hacer las horas que quisieras realmente. Luego lo subieron a 3.000 pedidos. Luego lo subieron a 5.577 pedidos. Y ahora son 5.812 pedidos los que tengo que hacer antes de poder escoger horas con verdadera libertad. Ellos hablan de flexibilidad horaria y es mentira”.
Mienten cuatro veces: “Según su publicidad, se gana 5 euros por pedido, y es mentira, es mucho menos. El 12 de septiembre del 2019, la Asociación para la Autorregulación de la Comunicación Comercial emitió un dictamen en contra de Glovo”.
Mienten cinco veces: “En julio del 2019 me cabreé tanto por la situación de precariedad laboral que hice correr por wazap ocho razones para ir a la huelga: 1. Falsa flexibilidad laboral; 2. Falsos autónomos; 3. Mal trato por parte de algunos locales hacia los riders; 4. Presión desde la oficina para finalizar pedidos; 5. Poco o nulo soporte [apoyo] efectivo; 6. Pago falso por kilómetro/tiempo de espera, que incumplen; 7. Inexistente tiempo de límite de espera por pedido, a veces se llega a esperar una hora, y 8. Sistema de puntuación ineficaz”.
Mienten seis veces: “Yo convoqué una huelga de repartidores que fijé para el 1 de agosto del 2019. Junté a unos sesenta glovers en Sagrada Família, a las doce del mediodía; la mayoría eran de origen indio y pakistaní, muy combativos.
Antes de la huelga de ese día, subí un vídeo de 11 minutos a Youtube [“convocatoria huelga Glovo”]. Entonces me llamó un cargo de Glovo, de Madrid, y se reunió conmigo, en plan: “Tío, tienes razón, no sabíamos nada de vuestros problemas… Pero los cambios van a ser brutales”. Todo mentira”.
Mienten siete veces: «El tipo que se reunió conmigo se contradecía continuamente. ¿Si somos autónomos, por qué nos ponen horarios? Y contestó: “Bueno, es una forma de control”. Así que mienten cuando insisten en hacernos creer que no hay ninguna voluntad de controlarnos».
Mienten ocho veces: “Según el fundador de Glovo, Oscar Pierre, no hay represalias contra los trabajadores díscolos, pero a mí me bloqueó en Twitter. Los flyers que pegaba en los McDonald’s desaparecían al segundo. Y justo concentrarnos el 1 de agosto y a mí, por todo el morro, me bajaron la “puntuación de excelencia”, y cuanto más baja es tu puntuación, menos pedidos te llegan. Mienten”.
Mienten ocho veces: “Ellos dicen que es justo lo que se paga, pero se quedan con el pastel entero”.
Mienten nueve veces: “La sensación en Glovo es que tengo muchos jefes: el cliente es mi jefe, el partner es mi jefe y la aplicación es mi jefe, que es un algoritmo muy tonto. Y yo soy el de abajo del todo. Debo de estar marcado, seguro que me han puesto en el centro de una diana, porque de repente me llegaron dos emoticonos grises con cara de disgusto, el símbolo de una mala calificación. Pero se la sacaron de la manga, es mentira”.
Mienten diez veces: “Ellos dicen que somos dueños de nuestro tiempo, pero eso es mentira. Todo es mentira sobre mentira. Ya parece que las mentiras de Glovo son las mentiras de la sociedad, cada vez más egoísta. Yo he llegado a llevar helado a una chica, cruzando la ciudad de madrugada, y me ha abroncado por llegar unos minutos tarde. Ya casi nadie da propinas. Somos invisibles”.
El sabio griego Anaxágoras, otro precario que estudió Humanidades, dijo aquello de: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos veces, la culpa es mía”. ¿De quién es la culpa si te engañan diez veces?
Del sistema neoliberal, salvaje y trolero por naturaleza. Y que practica el terror económico de los microsueldos. La antropóloga estadounidense Mary L. Gray llama a los nuevos asalariados “new global underclass”. El rider barcelonés Brian González ya no pertenece a una clase social, sino a una subclase.
“¿Has visto la serie Vis a vis [Globomedia, 2015]? Es el día a día en una cárcel de mujeres. Viéndola me acordaba de Glovo: cómo el miedo se usa para controlar la sociedad”.