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Mayka Restrepo: “Han venido los del banco y me han dicho que me vaya”

La familia de la colombiana Mayka Restrepo (seudónimo; Bogotá, 1995) es atacada día y noche por los chinches. La antigua oficina bancaria 0636 de Caixa Catalunya, en la calle de la Mare de Déu de Port, 415 (Sants-Montjuïc, Barcelona), es ahora la casita de la familia de Mayka: allí vive con su esposo, Santiago, que es un carpintero del andamio. Tienen dos niños, Gustavo y Kevin, El Mesías del siglo XXI. Kevin no nació en un establo, nació en un banco.

Mayka Restrepo no se ahoga en un vaso de agua. Ella salió de Colombia porque en el país del Inmaculado Corazón de María las cosas se estaban poniendo feas. Que si las guerrillas, que si la inflación, que si la deflación, que si el encarecimiento, que si las maras… De estatura media, con la altura de una parábola, Mayka posee dos ojos como dos solsticios: resplandecientes, turquesas, hespérides.

Su boca abierta es el Golfo de México: para hablar aparca los dientes y la lengua y las cuerdas pinzadas se tensan y pronuncian frases que circulan como un fuerte viento tropical. Dice cosas como: “La señora nos jalaba la puerta”, “A los nenes no les dejo entrar”, “El miedo a las ratas”…

En el cuello se destinan guedejas que son nenúfares. El pelo enmarañado, recogido en una coleta negra destrenzada, la obliga a guardar en el bolsillo horquillas de las que poder echar mano. Suspendida en el aire, con su vocecita de Pocahontas, Mayka podría pasar por una aparición mariana; sin lugar a dudas, el establo de la entidad financiera abandonada en el que mora es el pesebre viviente sin que importen las profecías.

Así, la gloriosa Mayka, renacida de unas brasas milagrosas, se ha erigido como la madre coraje de una época perversa: afectada por la especulación de la vivienda (“reburbuja inmobiliaria”), herida por los bajos sueldos (“precariedad”), carcomida por el papeleo íncubo (“ya tengo el nie”), apagada por las visitas inoportunas (“han venido los del banco y me han dicho que me vaya”)…

Descalza, se ha encerrado con su familia durante el confinamiento. En la esquina de Mare de Déu de Port con Mineria, en lo que antes era un punto para los empréstitos, ella se ha hecho una casita de celofán. En las basuras se ha procurado el mobiliario que adorna su hogar. En los cubos de basura se hallan tanto cosas en desuso como cosas a las que aún se les puede dar uso. A las paredes les ha puesto cuadros de ciervos rojos con una cornamenta esplendorosa, óleos de pinceles sesentones, trazos ejecutados en los balcones de las plazas reales en una Barcelona de tinto de verano… Esos óleos estaban colgados en el salón de don Matías, que ya falleció.

El sofá modular de cuatro plazas, de gris Coventry, lo recogió Santiago junto a los contenedores. Desmontados, los sillones de centro se superponían como los tetrominós del Tetris. Mentalmente, Santiago, el rastreador de los trastos-viejos-para-una-segunda-oportunidad, adivinó la combinación correcta. Con un amigo, y con la ayuda de su mujer, Mayka, cargaron con el sofá y lo metieron en el banco en el que viven, en el lugar en el que antes se hacía cola para actualizar la cartilla o ingresar o cobrar la pensión y pagar impuestos. En la entrada, donde otrora se diera servicio de caja, la mampara de cristal ha sido cubierta con rollos de papel kraft reciclado y de marrón natural.

A lo largo de la caja, donde el vecino del quinto contaba una a una sus pesetas como el señor don Rodrigo Quesada (Don erre que erre), tres sillas con tapizado imitación de terciopelo. A cinco pies de altura, los tres peldaños que hay que bajar para coger la puerta de candado y salir a la calle. El recibidor, dispuesto de tal manera, quiere aparentar el porche de un chalé en el Empordà, con su falsa mesa jardín, sus falsas sillitas de ratán y sus verdaderas palabras de amor.

Detrás del cristal, en la cabina del personal de caja, se ha habilitado un aposento para dos personas, el cuarto de invitados. En esta sección, dos cajas de caudales (1 y 2): 1. La caja fuerte que contenía los pagos, las nóminas y los depósitos -“Caixa forta protegida amb dispositiu d’obertura retardada i bloqueig”-, con sus mandos, sus pulsadores y sus cerraduras de hierro, palancas que hoy sirven como colgadores de toallas; y 2. La caja fuerte interior del ATM (Automated Teller Machine), del que los ciudadanos extraían determinadas cantidades de dinero en efectivo, y que hoy hace las veces de mesita de noche para colocar en ella el champú, el cojín y la maleta.

El despacho del director de la sucursal es hoy… la habitación de matrimonio.


Mayka en el antiguo local de una entidad bancaria en el que vive.

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