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“Barcelona vive hoy mucho más de espaldas al mar que en el franquismo”

Hemos quedado en el castizo Bar Borrell, de la Avenida del Paralelo, prácticamente enfrente de El Molino. El personaje responde al nombre de Xavier Theros, y me recuerda vagamente al director Álex de la Iglesia, por su aspecto físico y su contundencia verbal. Escritor y cronista de Barcelona, su saber sobre la ciudad es sencillamente enciclopédico.

Usted se ha especializado, desde hace algún tiempo, en glosar historias, anécdotas y lugares de la ciudad de Barcelona. ¿Por qué eligió este campo?
Me eligió él a mí. Yo empecé como poeta, y me he pasado veinticinco años con un grupo de poesía llamado Accidents Polipoètics, dando tumbos por medio mundo. Y en un momento dado de mi vida me ofrecieron hacer una crónica, junto con mi socio, para el Fórum de las Culturas del año 2004, para el diario El País. Comenzamos ahí. Al poco tiempo, a mi socio le propusieron hacer una sección deportiva sobre el RCD Español, en el mismo periódico, sección que estuvo haciendo hasta que murió, el año pasado. Y a mí me encargaron escribir alguna crónica sobre Barcelona, y descubrí una vocación que no sabía que existía.

Pues déjeme decirle que no se le ha dado nada mal. Yo he disfrutado mucho con sus artículos.
Yo había comprado libros sobre Barcelona, los había coleccionado, prácticamente desde los catorce años. Pero la verdad es que si me hubieran dicho que iba a acabar escribiendo sobre mi ciudad, no me lo hubiera creído. Aunque hay un detalle: yo no soy periodista ni historiador, yo lo que soy es un escritor que habla de su ciudad, más que hacer crónica o “crónica histórica”. Ése es otro punto de vista.

Han llegado incluso a calificarle de “heredero” de Lluís Permanyer, que es prácticamente el “cronista oficial” de Barcelona. ¿Lo considera excesivo?
A ver, no lo considero excesivo: considero que tenemos estilos diferentes. Lluís Permanyer es un cronista periodístico, que siempre ha trabajado en prensa. Su acercamiento a los temas no es tan literario como el mío; es mucho más objetivo, más del dato, de la cifra, del año, de tal o cual edificio… Es otro tipo de crónica, aunque complementaria a la que cultivo yo. Unos hablan de edificios o de zonas buenas o históricas de la ciudad; y a mí, como a Huertas Clavería, nos interesan mucho más la periferia y las historias que te cuentan los vecinos, que muchas veces sabes, cuando te las están contando, que no son verdad, pero… ¿Y qué?

Las ciudades siempre me han parecido seres vivos, cada una con una personalidad, un espíritu, una marca, que dirían algunos, que la hace única e irrepetible. ¿Cuál es, a su juicio, el espíritu de la ciudad de Barcelona?
Barcelona, para empezar, es un puerto. Y eso hace que juegue en una liga aparte: la liga de los puertos. Los puertos siempre han sido sitios que son frontera entre la tierra y otra cosa, que es la naturaleza. Y en esas fronteras siempre pasan cosas raras. Todos los puertos tienen una historia de bajos fondos, de prostitución, de contrabando. Allí donde hay barcos y comercio también hay mucho contrabando y mucha delincuencia.

Por tanto, la personalidad de Barcelona está basada, por una parte, en la existencia de ese puerto y todo lo que le acompaña; y por otra, en una rebeldía que le ha llevado a sufrir estallidos de violencia periódicos, prácticamente desde la Edad Media. Si repasamos la historia de Barcelona, veremos que es una historia que va un poco a trompicones: siempre hay un estallido o una revolución en marcha. El siglo XIX en Barcelona fue un período en que cada tres o cuatro años pasaba algo: no se podía vivir tranquilo. Pero eso también le da una impronta a la ciudad.

¿Cree que el procés independentista se inscribe en esa tradición de rebeldía?
Tiene que ver con esa tradición, aunque creo que es la primera revolución en la historia de la humanidad que la hace la clase media, y de ahí sus “tics” de clase media: No me imagino a los revolucionarios del siglo XIX poniéndose camisetas amarillas y haciendo performances. Digamos que las revueltas en aquella época eran de otro tipo.

Todas las ciudades experimentan, a lo largo de su historia, puntos de inflexión, momentos cruciales que determinan su devenir. ¿Las Olimpiadas de 1992 fue uno de ellos?
Sin duda. Supusieron romper con una ciudad franquista, con una ciudad que había sido condenada al ostracismo por el régimen. Y nos hizo un gran favor, porque en otras capitales de provincia españolas, durante los años cincuenta y sesenta, se arrasaron los cascos antiguos, y como al parecer en Barcelona solo se construía en la periferia, conseguimos conservar bastante bien lo que era nuestro centro histórico. Así que, aunque fuera al revés de lo que ellos pretendían, el franquismo le hizo un favor a Barcelona en ese sentido. De todas formas, tendríamos que acordarnos de que la ciudad que llegó al primer ayuntamiento democrático en 1979 con Narcís Serra, era sucia, triste, gris, llena de carteles de neón por todas partes, con unas fachadas sucísimas…

¿Por su importancia, a qué otros acontecimientos podrían compararse las Olimpiadas?
En el siglo XIX, a la destrucción de las murallas, con la consiguiente apertura de la ciudad y la posterior construcción del Eixample; a la Exposición de 1888, que significó la modernización, la llegada de la luz eléctrica y los primeros proyectos de alcantarillado -Barcelona no dispuso de cloacas hasta 1895-; y también a la Exposición de 1929, que supuso la recuperación de la montaña de Montjuïc y la finalización de ciertas obras básicas -el asfaltado del Eixample o la extensión del sistema de semáforos: recordemos que hasta 1929 no había semáforos en Barcelona-. Las Olimpiadas son un movimiento de ese tipo: de transformación y renovación de la ciudad.

¿Los promotores de estos movimientos son siempre conscientes de lo que tienen entre manos?
No. Muchas veces, cuando se ven las cosas en perspectiva, uno se da cuenta de que la importancia de todos esos movimientos viene dada por elementos que los promotores ni siquiera sospechaban o intuían. No deja de ser curioso que uno de los grandes eslóganes de las Olimpiadas fuera “volver a abrir Barcelona al mar”.

Si comparamos cómo se utilizaba el espacio litoral en la época de la dictadura y cómo se utiliza hoy en día, resulta que la ciudad vive mucho más de espaldas al mar ahora que entonces: antes estaban los pescadores, las muscleras, los chiringuitos, los baños de la Barceloneta… El Paseo de la Escollera o Rompeolas, por ejemplo, está cerrado porque está el Puente de Europa, y ya no se utiliza. Cuando era niño, ese lugar estaba lleno de gente las veinticuatro horas del día. De día, porque venían con las Golondrinas e iban a pasear y también por los pescadores con caña; y de noche, por los coches aparcados con las parejas. Ahora no sé dónde deben de ir las parejas. Es decir, la ocupación que actualmente hace el ciudadano del espacio marítimo de Barcelona es mínima.

El poeta antropólogo
Xavier me confiesa que el “Theros” que luce como apellido no es más que un nombre literario: “Yo me apellido Ballesteros, pero en la escuela, desde párvulos, me llamaban Teros, porque éramos varios los que nos llamábamos así y claro, no todos podíamos hacer uso del apellido completo”. Personaje poliédrico, este escritor enamorado de su ciudad es también antropólogo y poeta (fue cofundador del dúo Accidents Polipoètics, en el que militó de 1991 al 2017) y ha trabajado para medios como el diario Deia, El País o National Geographic.

Actualmente colabora con el diario ARA, el programa Via Lliure de RAC1 y el Infovespre de Betevé. Ha publicado diversos libros sobre la ciudad, de los cuales La Sisena Flota a Barcelona ganó el Premio Huertas Clavería de 2010. Asimismo resultó ganador del Premio Josep Pla de Narrativa 2017 por su novela La Fada Negra.

Xavier Theros en el bar Borell del Paral·lel


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