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El quiosco ¿una especie en vías de extinción?

Desde hace más de 30 años, Pedro, jubilado de Barcelona, ejecuta cada mañana el mismo ritual: tras vestirse y asearse, sale a la calle y se dirige al “quiosco de siempre”. Allí le espera Bernardo, el quiosquero. Intercambian impresiones sobre política, sobre fútbol, sobre la vida en general, y finalmente, el comerciante le desliza, sin que el jubilado tenga que pedírselo, un ejemplar de su periódico favorito. Pedro confiesa que hay algo de “profundamente reconfortante” en esta rutina diaria, por otro lado eminentemente urbana y barrial. “Es la sensación de que la vida sigue, de que todo está en orden, en su sitio”, confiesa. Agarra el diario y se encamina al bar (también el de “toda la vida”) y las noticias diarias aderezan el cruasán y el café caliente, bien cargado. “Si lo compras temprano, el periódico hasta huele, como los billetes nuevos”. Y sonríe picarón. Al final del día, lo más probable es que el ejemplar, ya arrugado, sirva para tapizar la jaula del canario.

Esta estampa, tan recurrente, puede que tenga los días contados. A menudo se habla de la crisis de la prensa escrita, azotada por la bajada de la publicidad que trajo consigo la crisis económica del 2008 y por la irrupción de Internet, que ha trastocado los parámetros de un negocio que vio días mejores. “No nos encontramos en una época de cambios, sino en un cambio de época”, afirma José Luis Sainz, presidente de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE), en el prólogo de El Libro Blanco de la Prensa 2015, editado por esta entidad.

Un informe que, curiosamente, reconoce que tales cambios no tienen por qué ser necesariamente malos para su sector: “Estos cambios deben tener una lectura positiva, el modelo tradicional pierde fuerza pero las versiones digitales han abierto nuevas posibilidades de negocio”. Y a continuación enumera las ventajas que la revolución digital puede aportar a los editores: enriquecimiento de los contenidos e inmediatez a la hora de servirlos por la incorporación del formato vídeo; nuevos formatos publicitarios digitales, más dinámicos y capaces de interactuar con el lector; segmentación, o la capacidad de servir contenidos publicitarios observando muchas más variables de lo que permite el diario tradicional en papel. Como podemos ver, el sector editorial tiene posibilidades reales de reconversión ante los nuevos retos que se le presentan. Pero, ¿qué hay de los vendedores de prensa, el último eslabón de la cadena?

Hablan los quiosqueros
En los barrios, muchos quioscos cambian de dueño, y cada vez hay más que echan el cierre definitivamente. Paquita, por ejemplo, regenta un quiosco de toda la vida en el barrio de Horta. Son cuarenta años de oficio a sus espaldas y la sensación que transmite es de infinito cansancio y hartazgo: “Sólo espero jubilarme o que alguien me compre el negocio”, confiesa. Se queja del estado calamitoso del sector y enumera las causas: “Antes se vendían muchos más periódicos. Hoy en día se lee muy poco. De hecho, los jóvenes no leen los diarios, sólo los viejos. Cuantos éstos falten, me quedo sin clientes. Internet ha jodido la venta”. Por si fuera poco, cerca de su negocio se halla una gran superficie alimentaria que, desde hace algún tiempo, también vende prensa: “Lógicamente, si somos más, tocamos a menos ración del pastel”. Frente a esta situación, sólo ve una salida: Ampliar la oferta de productos. “Me da igual vender lo que sea. Lo que quiero es vender”. Pero se muestra pesimista de cara al futuro: “Los periódicos están perdidos”.

Héctor (nombre simulado) trabaja en otro quiosco, pero esta vez en las Ramblas. Es un modelo de negocio diferente al quiosco de barrio, porque ya se ha “reconvertido”, ya ha dado el salto hacia esa “ampliación” de la oferta que mencionábamos. De hecho, más que un quiosco, parece casi un bazar: en él podemos encontrar desde imanes de nevera a chanclas, pasando por gafas de sol, sudaderas o bebidas frías. Todo destinado a una clientela muy concreta: el turista. “Vender todos estos souvenirs no me parece ni bien ni mal. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos. Es lo que se debe hacer si queremos compensar la pérdida de lectores y mantener los puestos de trabajo. Ocho familias viven de este quiosco”. Y añade: “Si no lo hiciéramos así, acabaríamos cerrando, como pasa con los quioscos de la periferia”. Y remacha: “el declive en la venta de prensa en papel irá en aumento”.

El gremio de vendedores
Precisamente al lado de las Ramblas, en la calle Sant Pau, se halla la Asociación Profesional de Vendedores de Prensa de Barcelona y Provincia (APVPBP), que dirige desde abril del 2013 su presidenta, Cristina Anés. Ante lo que denomina crisis del papel, Anés considera que su sector, por constituir el último eslabón de la cadena, se halla sumamente limitado. En su opinión, les corresponde a otros actores pechar con la mayor parte del esfuerzo de reconversión que exige una situación así: “Nosotros no producimos, sólo servimos. Por tanto, nos sentimos contra corriente, impotentes, ante una crisis como esta. Creemos que quienes tienen la potestad, la fuerza, para acometer cambios son los editores -que deberían buscar una mayor proyección a sus periódicos- y las distribuidoras”. En todo caso, afirma, “las soluciones deben ser consensuadas entre todos los actores que intervienen en el proceso: editores, distribuidoras y vendedores”. Pero no se muestra muy esperanzada: “Voluntad para consensuar hay poca”.

La actitud de los editores, que a veces parecen más interesados en montarse en el carro del negocio digital que en reflotar el periódico tradicional, parece confirmar este pesimismo. Tampoco ahorra reproches a las distribuidoras, los intermediarios que canalizan el producto desde los editores a los vendedores: “Actúan en régimen de oligopolio. Son cuatro grandes empresas en Barcelona y provincia que se han repartido el pastel, de tal manera que si yo, quiosquero, deseo encargar una determinada publicación, no puedo dirigirme a cualquier distribuidora; debo hacerlo a la que ellas han establecido previamente”. Son empresas que también se encargan de llevarles el género y recoger el sobrante, servicio conocido como “portes”, por el cual cobran un precio que califica de “abusivo”: “Cobran una media de entre 300 y 400 euros mensuales que, evidentemente, no podemos repercutir en el precio final, que ya está marcado. Ello está llevando al cierre de muchos quioscos”. “Las distribuidoras saben que nos están abocando a un callejón sin salida” -denuncia- “pero son cortoplacistas. Simplemente son empresas que han de rendir cuenta de resultados a final de año. Y para que sus números sean verdes, los nuestros han de ser rojos”. ¿Pero si hunden a sus clientes, los quioscos, no se están perjudicando a sí mismas?: “Siempre pueden recurrir a nuevos puntos de venta” -aclara- “por ejemplo, la grandes superficies alimentarias, que nos están haciendo daño. Pero se perderá ese caliu que ha tenido siempre el punto de venta tradicional, con su personalización y su profesionalidad. Siempre hemos sido un referente en los barrios. Fíjese si no: el día que cerramos, todos nos echan de menos”.

Las cifras cantan
Según El Libro Blanco de la Prensa 2015, en los primeros ocho meses de 2015 la difusión de prensa impresa se redujo en un 7,4% respecto al año anterior (datos aún no certificados por la OJD). Y a su vez, en 2014 se contrajo un 7,7% respecto a 2013. El informe afirma que esta tendencia “es ya un hecho estructural en este entorno de cambio de modelo de negocio”. Por otra parte, en 2014 la venta en quioscos cayó en un 8%. Y el lector exclusivo de prensa en papel menguó casi hasta la mitad en la última década: del 38,3% (2005) al 20,9% (2015). Un dato para la esperanza: El perfil del lector exclusivo de este tipo de prensa es hombre, de 45 años en adelante. Dada la envejecida demografía española, ello jugaría (aún) a favor del periódico tradicional.

La estampa recurrente del quiosco de prensa puede que tenga los días contados

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