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La despopularización de los mercados

A pesar de la relativamente tardía introducción de los mercados cubiertos en Barcelona, la ciudad ha podido consolidar con los años un importante sistema policéntrico de mercados. No es el caso de muchas ciudades europeas o norteamericanas, carentes ya desde hace mucho tiempo de una red de mercados cubiertos minoristas o dotadas en todo caso de un solo mercado.

El proceso de construcción de los mercados barceloneses tuvo lugar, grosso modo, en dos generaciones sucesivas: la primera, la de los mercados metálicos, entre 1876 y 1936, cuando llegaron a construirse cerca de veinte edificios; con la segunda generación, entre 1950 y 1980, esa cifra se duplicó con holgura.

El mercado como corazón de los barrios
La extensión y vigencia de esa red consolidó en la ciudad la misión del mercado como modelo de consumo alimentario de la clase obrera y popular. En base sobre todo a precios relativamente asequibles, los mercados pudieron desempeñar un papel fundamental como polos del consumo y la sociabilidad popular de los barrios. Ese papel esencial como ancla de los barrios populares barceloneses lo podríamos visualizar recordando cuatro rasgos ilustrativos de la primera generación citada.

En primer lugar, el peso decisivo de los mercados en el abastecimiento alimentario de la ciudad. En los años treinta, al final de esa primera oleada de construcción de mercados municipales, los puestos de los mercados representaban por sí solos el 79% del total de puntos de venta de carne de la ciudad, el 74% de los de pescado, el 60% de los de la fruta y verdura y el 58% de los dedicados a alimentos en general.

Al desempeñar esa destacadísima función como corazones comerciales del abastecimiento alimentario de los barrios, los mercados se constituyeron, en segundo lugar, en polaridades del comercio alimentario al detall a su alrededor. En los años treinta, un tercio aproximadamente de todos los puestos de venta alimentaria de la ciudad se localizaba en un radio de 200 metros alrededor de los mercados. Al sumar esos lugares de venta al de los propios puestos del interior de los mercados, se alcanzaba la cifra del 71,5% del total de 11.500 puntos de venta alimentaria de la ciudad.

En casi todos los grandes barrios obreros y populares de la ciudad observamos ese fenómeno de polarización. Como ha mostrado Montserrat Miller en el caso del mercado de la Revolución, muchos de los vendedores y vendedoras del mercado establecían relaciones de complementariedad y no de competencia con las tiendas de fuera del mercado, adquiriendo locales fuera del mercado “como manera de extender horizontalmente el negocio comercial de la familia”.

En tercer lugar, los mercados creaban barrio a su alrededor al constituirse en centros residenciales decisivos de su propios vendedores y vendedoras. Por volver al ejemplo del mercados graciense, más de dos tercios de la gente que vendía residía en Gracia, con un 25% en el radio de las manzanas adyacentes.

Por último, el papel del género resultó particularmente decisivo para desarrollar esa función de corazón del barrio. En pocos lugares de la ciudad como los mercados fue más incontestable la presencia dominante de las mujeres: como compradoras, por supuesto, pero también como vendedoras y propietarias de puestos. Las paradistas de los mercados daban a los barrios buena parte de su carácter. Alrededor del 60% de todas los vendedores de fruta y verdura de los mercados de Santa Caterina y del Born (en su período de mercado minorIsta hasta 1921), principalmente mujeres, vivían en el barrio circundante. Desplazándose diariamente a su puesto del mercado a pie, vivían en el ámbito de ese área local más próxima tres veces más mujeres que hombres vendedores del mismo producto. En el interior de los mercados, las relaciones de parentesco estaban también estructuradas principalmente por las mujeres.

Los mercados frente a los nuevos formatos comerciales
Si en los Estados Unidos y en otras ciudades europeas la aparición de nuevos formatos comerciales comportó el progresivo declive de los mercados, el modelo de consumo barrial barcelonés estructurado por diferentes mercados repartidos por la ciudad pervivió con la segunda generación de mercados municipales.

Entre 1950 y 1980, el número de mercados creció espectacularmente de 18 a 41, completando un sistema de equipamientos abierto seis días a la semana, uniformemente distribuido por la ciudad para servir a los nuevos barrios obreros y populares surgidos en la periferia del término. Pensada en el franquismo para contener los precios con esa nueva generación de mercados, Barcelona se apartaba completamente del camino seguido por otros países europeos a la hora de abastecer a las masas urbanas. En 1984, con la expansión de las grandes superficies, los mercados municipales barceloneses concentraban todavía el 53% del consumo alimentario por habitante y su número total de paradas suponía el 40% de todos los establecimientos alimentarios, una cifra ya inusual en otras ciudades occidentales en aquéllas fechas.

Pero el primer Plan Especial del Comercio Alimentario de Barcelona (PECAB) de 1984 no verá ya los mercados como instrumentos de contención de los precios al consumo, rol que asumen las grandes superficies, sino como instrumentos que permiten la reconversión del tejido comercial de proximidad deteriorado por la crisis y enfrentado al crecimiento de nuevos formatos comerciales.

Aunque no resulte muy visible, la misión fundamental de los mercados cambia y la política de inversiones del Institut Municipal de Mercats no impedirá la progresiva disminución del número de actos de compra, y la contracción del número de las paradas.

En 2006 se estimaba que sólo el 29% de los actos de compra alimentaria se realizaban en los mercados (25% de fruta y verdura, 45% carne, 66,6% pescado). Desde el primer PECAB, se ha seguido una política consciente de reducción de puestos, ampliación de superficies y capitalización. De los 7.500 puestos de mediados de la década de 1970 se ha bajado progresivamente hasta los 6.700 de 1983, los 4.223 de 1998 y los 3.105 de 2006. Ahora no llegamos ni al 40% de los puestos existentes en 1975.

A pesar de ello, a pesar de la indudable pérdida de su papel de corazón de los barrios, los mercados son todavía un legado del siglo XIX y XX relativamente activo. El objetivo de los diferentes PECABs desde entonces no es ya contener precios sino revitalizar la fábrica comercial y mantener la actividad de los barrios en torno a ellos.

Parece indudable que la gama de productos alimentarios en oferta en los mercados corresponde cada vez más a una franja media-alta de la demanda. La auténtica, la gran encrucijada de los mercados es la de no caer del lado de un aburguesamiento excesivo y, en el caso de algunos mercados en posición céntrica, de una turistización a ultranza.

Cuando la experiencia histórica y el éxito social y barrial de los mercados de la ciudad ha sido la de ser esencialmente de carácter popular, la renovación un tanto tematizada que comporta la actual rehabilitación de mercados insiste sobre todo en un aspecto limitado de la experiencia del mercado, el de esa franja media-alta de la demanda. Si los numerosos mercados cubiertos renovados no pueden ofrecer productos baratos, tan baratos y populares como los de las grandes cadenas o los de las franquicias de fruta y verdura de barrio, serán sin duda lugares bellos y patrimonializados, sede de productos que cubren sólo un sector de la demanda o la curiosidad del turista, pero tienen los días contados como polo de centralidad urbanística y corazón popular de los barrios.

La hipótesis del abandono de los mercados existentes no es objeto aquí de debate. El modelo no intervencionista anglosajón da por descontada desde hace mucho esa desaparición. Destruidos hace mucho los mercados cubiertos históricos, todo el abastecimiento alimentario de las ciudades estadounidenses se confía a la gran distribución, con algunos pocos farmer’s markets un día por semana.

Concebir por otra parte los antiguos espacios del mercado, como hacemos a veces, como una página en blanco donde desarrollar todo tipo de actividades, un lugar sin historia, sin vendedores y vendedoras que llegan a acuerdos y gestionan diariamente sus negocios, un espacio público en el que se puede hacer cualquier cosa (“volem (l’espai) del mercat per al barri”), asume también implícitamente la desaparición del mercado.

Cuando solicitamos a nuestros ayuntamientos realizar costosas inversiones sobre los solares de los viejos mercados que respondan puntualmente a nuestras demandas emitidas desde una inapelable voluntad popular, el espacio del mercado acaba por convertirse en un impreciso “equipamiento” en potencia, que pierde la parte fundamental de su capital social, producto de su historia y el más importante de sus activos.

¿Todavía hay margen para rectificar?
Lo interesante -y lo difícil- sería intentar conservar y potenciar en lo posible algunos rasgos del mercado popular. La vuelta al mercado popular que deseamos no es tan sencilla. La historia cuenta. Pero el carácter público y gestión centralizada de los mercados ofrece un margen para tomar algunas medidas paliativas o tímidamente regeneradoras. Solamente apuntamos cuatro:

Fomentar la creación de cooperativas entre paradistas que permitan adquirir al mayor productos más baratos que les permitan competir con las tiendas de barrio franquiciadas y poder a atraer así parte del sector popular de la demanda perdido.

Proponer inversiones más livianas en la reforma de los mercados: se necesita otro tipo de proyectos de rehabilitación. El caso de Gràcia es paradigmático. No se puede seguir sólo un modelo de rehabilitación de costes de inversión públicos muy altos (menos parking, reducción de la inversión en la gran superficie cuando ya existen en abundancia en la zona, eliminación del centro logístico). Desde algunos sectores del barrio se ha propuesto con sensatez planes de rehabilitación alternativos que rebajen los 33 millones de la factura original a los 10 millones.

Dedicar parte de ese dinero ahorrado a fomentar la posible creación de pequeños espacios compartidos para cooperativas de consumo alimentario en los barrios, agroecológicas o no, a precios de alquiler realmente público.

Monitorizar la proximidad de los productos en venta en los mercados municipales: “decir la verdad” sobre los productos consumidos y su supuesto carácter ecológico. Hay que redirigir sin oportunismo el consumo alimentario de los mercados hacia otros valores, evidenciando con sinceridad la procedencia y características de los productos. Lo que un ayuntamiento no puede hacer es poner en las fachadas de sus mercados grandes carteles verdes que rezan: “Mercat verd. Producte de proximitat. Aquí hi trobarás: producte de proximitat i ecològic”. No hay más que recordar que en Mercabarna, de lejos el principal proveedor de los productos comercializados en las paradas del Institut de Mercats, únicamente el 18% de la fruta y verdura vendida procede de Cataluña.

Interior del mercat de Sagrada Família


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