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Una sucursal bancaria en la Verneda, cónclave de vecinos y periodistas

Este es un perfil a pesar de. A pesar del personaje retratado, el activista vecinal Andrés Naya, que ha movido todas sus influencias para evitar cualquier protagonismo. Pero es también un perfil necesario. Porque, acaso sin pretenderlo, Naya se convirtió, a partir de los años setenta, en la voz del movimiento vecinal de Barcelona.

Naya era un empleado de banca. Se pasaba el día revisando remesas de letras en una oficina del Banco Hispano Americano -sí, el mismo de la canción de Sabina Y nos dieron las diez– de la calle Guipúzcoa, en la Verneda. Pero aquella mesa metálica de color gris -una más entre una treintena- acabó convertida en su oficina. Había una especie de pacto tácito con el director de la sucursal, admite Naya, de modo que, cuando él acababa su trabajo bancario, se dedicaba al activismo. Allí recibía decenas de llamadas telefónicas de los numerosos periodistas que cubrían la información de barrios. Porque, en aquellos años, así era: la información de barrios tenía un amplio eco en los medios. No era una información preferente, pero ningún medio la descuidaba.

Vecino de la Prosperitat, Naya tuvo la fortuna de convivir -y, sobre todo, de negociar- con Josep Maria Socías i Humbert, uno de los alcaldes más dialogantes que recuerda: “Todo el mundo reconoce que fue un pacificador de los barrios. Dio margen para que los movimientos sociales se expresaran y puso en marcha cosas que parecían impensables, como los centros de planning [planificación familiar] o las guarderías municipales. Ahora puede sorprender, pero, en aquellos tiempos, que hubiera guarderías en los barrios se consideró una gran victoria”. Periodistas y activistas sabíamos que Socías era un negociador infatigable. “Aprovechó muy bien los resquicios de la transición”, recuerda Naya. “Además -precisa-, teníamos a nuestro favor el gobierno en la sombra que había montado. Las relaciones eran fluidas”.

Una reunión en la alcaldía

Una de esas reuniones generó el minuto de gloria de Naya, aquel que cambiaría su estatus en la sucursal bancaria de la Verneda. Lo recuerda la periodista Maria Favà y lo explica él mismo: “Vino el director a mi mesa y me dijo: ‘Te llaman de la alcaldía’. Había una reunión con el director general de Vivienda para conseguir pisos para los barraquistas de Prosperitat y Socías quiso que yo estuviera presente. Al acabar, me dijo la secretaria: ‘Te espera un coche abajo, para llevarte a donde le digas’. Salí del Ayuntamiento con la cabeza gacha, pensando: ‘Mira que si ahora me ve alguien entrando en un coche oficial…’. Me quise poner delante, junto al conductor, y no me dejó: ‘Usted tiene que ir atrás’”.

Y aquí Naya abre un paréntesis en la narración, uno de esos paréntesis que tanto le gustan: “El chófer, por cierto, era un facha, uno de aquellos funcionarios del viejo régimen a quien no le gustaba nada la transición”. “Le dije que me llevase al trabajo -continua explicando- y, cuando llegué, dio la casualidad que el director de la sucursal se encontraba en la puerta. Imagínate cómo le cambió la cara cuando me vio bajar del coche oficial. Desde ese día, casi me hacía reverencias al pasar”. Lo explica riendo, como un hecho sin mayor trascendencia, pero la historia es relevante por el papel que Naya adquirió en aquellos años.

Aquel Consistorio de transición tuvo también la suerte de contar con interlocutores como Naya. La información que facilitaba era absolutamente fiable. Lo recuerda la periodista María Eugenia Ibáñez: “Explicaba textualmente lo que se había dicho en cualquier reunión. Era la fuente ideal para cualquier periodista. Conocía las cuestiones urbanísticas, que son muy complejas. Lo controlaba todo y lo sabía explicar. Se explicaba incluso mejor que algunos urbanistas, que sabían tanto que eran incapaces de resumir o traducir a lenguaje comprensible algunos temas. Andrés era todo lo contrario: simplicidad en el argumento y rigor en las cuestiones técnicas”.

Periodismo ‘de calle’

Acerca de esa fiabilidad hay unanimidad entre quienes ejercimos el periodismo de calle. Así lo llamábamos. Cuando alguien preguntaba qué hacíamos concretamente en el periódico en el que trabajábamos, nuestra respuesta era sencilla: “Hago calle”. Que la revista de la Favb se llame Carrer -una publicación que Naya codirigió durante tres décadas- no deja de ser un homenaje a aquella época. María Eugenia Ibáñez sostiene que “Carrer es, de largo, la mejor publicación sobre la información de Barcelona”. “Y yo veo en el rigor de Carrer -añade con énfasis- el rigor de Andrés”, agrega.

“Yo había aprendido -recuerda Naya- que aquello que aparecía en la prensa se solucionaba mejor. Así que tenía claro que había que aprovechar esa circunstancia. Pero los medios eran muy precarios. Redactabas una nota de prensa y había que cruzar toda la ciudad para repartirla a mano por los periódicos”. A las generaciones más jóvenes, a veces les cuesta imaginar cómo era el periodismo sin teléfonos móviles, sin correo electrónico. Pues era así: una sucursal bancaria convertida en una suerte de extensión de la Favb y notas de prensa escritas apresuradamente a máquina y transportadas en mano a altas horas de la noche.

Esa llamémosle complicidad con la prensa se traducía en reservar a los periodistas un lugar privilegiado en las acciones vecinales. Quien esto escribe puede dar fe, porque viajó en uno de los autobuses secuestrados en Roquetes para demostrar que los viejos Chausson podían subir hasta lo más alto del barrio. “Los palestinos secuestraban aviones y nosotros secuestrábamos autobuses”, ríe Naya.

Fiable y comunicativo

Uno de los lugares que Naya visitaba con frecuencia era la redacción de Mundo Diario. Estaba muy alejada de Prosperitat, en la calle Cardenal Reig, en la frontera con Hospitalet de Llobregat, y llegar hasta allí suponía un largo peregrinaje -recuérdese, entonces la Ronda de Dalt no era más que un proyecto en un cajón y el metro era desconocido en algunos barrios-. Allí trabajaba María Eugenia Ibáñez, más conocida como MEI -sus iniciales-, un nombre que aparece con frecuencia en boca de Naya. Cuando explica historias, a menudo acaban con la frase: “Entonces llamé a MEI…”, “hablé con MEI y le expliqué…”, “fui a ver a MEI y le dije…”. Hoy, MEI subraya, como Maria Favà, y como tantos otros periodistas de local, la fiabilidad de Naya y su capacidad de comunicación. Nadie recuerda que una información facilitada por él haya sido desmentida.

“Ha sido, además, un sensible informador -apunta María Eugenia Ibáñez-, capaz de captar detalles que, por su simbolismo, podían interesar a según qué medios y según qué periodistas”. Y recuerda el caso del pino y el banquito del Campo de la Bloc -así llamada en recuerdo de la Casa Bloc de Sant Andreu-, que los vecinos plantaron para reivindicar allí una zona verde. “La historia del pino, que fueron tres porque los escuálidos árboles se iban muriendo, duró dos años, entre 1974 y 1976, hasta que se consiguió la urbanización de la plaza. Yo recibía puntualmente la información del proceso y así la publicaba en Mundo Diario. Creo que mi director estaba ya un poco harto del pino de la Prosperitat, pero me dejaba hacer. Para Andrés, los pequeños detalles han tenido siempre un simbolismo más allá de las grandes causas, de las elocuencias políticas”.

Naya hizo de las historias pequeñas la gran historia del barrio, recuerda María Eugenia Ibáñez, pero su papel como voz del activismo vecinal tuvo, además, una faceta que todos los periodistas le agradecemos y que ella define con absoluta precisión: “Nunca supeditó la veracidad de la información que tantas veces nos pasó a las exigencias de las causas que defendía”.

J. J. Caballero Gil es periodista.


Andrés Naya participando en una manifestación que reivindicaba los planes populares.

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